El dueño de la farmacia, D. Perfecto Feijo, hombre culto e ilustrado, amigo de las tertulias donde participaban desde Unamuno hasta Ortega y Gasset, se enfadaba con el loro deslenguado y altanero, aleccionándolo con frases como “si collo a vara….” frase que el loro aprendió y no tuvo reparo en decir en plena misa de la Peregrina, cosa que no gusto nada a la Iglesia de la época.
Quiso la casualidad que el Ravachol muriera en plenos carnavales, la causa de su muerte una enfermedad desconocida, decían las malas lenguas que quizás por envenenamiento de algún personaje agraviado o por empacho de golosinas. Fuera como fuera el entierro se convierte en un espectáculo multitudinario, se publica un bando para que se asista al entierro disfrazado cada uno a su manera y llevando “un farol lo más funerario posible”. Según las crónicas periodísticas formaban la cabalgata “doce jinetes con faroles encendidos, bandas de cornetas, la comparsa Los Espías las carrozas del Liceo Casino y del Recreo de Artesanos, la de los contertulios de la Botica, la banda de música municipal y numerosas máscaras disolviéndose a la entrada de las Palmeras”. Su cadáver embalsamado y expuesto junto a la casa de las caras fue objeto de visita durante días, hasta su posterior entierro en la finca “O padronelo” que Perfecto Feijo poseía en Mourente, allí sería recordado durante años sucesivos por numerosos amigos.
En definitiva, «o que quería reivindicar é que ter un entroido como o de Pontevedra é un tesouro», explicó Kiko da Silva.
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