Seguimos con los artículo de nuestra colaboradora Ya soy mi madre después de la primera entrega de Novios y novias en casa no quisisteis más sobre este tema, como vuestras peticiones son órdenes aquí os va la segunda parte:
 
Un día playero de los que más, se encargó una paella para unos doce. Y como suele ser típico, a los niños se les puso en una mesa aparte, aprovechando que los mayores ya son adolescentes y pueden hacer de vigilantes.
 
Enseguida llegó el pique hacia una de las parejas de padres. Cachondeillo porque esos chavales eran pareja, novietes de unos 16 ó 17 años. 
 
– pues nada, ya la tenéis en casa
– ¿ya tenéis cámaras para vigilar?
– ¡enhorabuena, suegros!
 
Y más jaja y jojo. Y ahí descubrí yo que la postura, clara y contundente, de aquel grupo, era de tolerancia si, pero tú en tu casa y yo en la mía.
 
Y ahí estaba el espejo para reflejarme. Y verme con cara de tonta con máster. Que soy de pasta de boniato, que no aprenderé nunca a ser lista, ni que me pongan un tutor.
 
Que a mí me coges hace diez años, y me explicas bien explicado, que lo que a mí me va a hacer la vida más llevadera va a ser decir vale, ya tienes novio, pasadlo muy bien y dentro de unos años, cuando sepamos que es la persona definitiva, me avisas y lo invitamos, y me haces el favor del milenio.
 
Y me ahorras una cantidad de escenas de esas que parecen tomas falsas de lo surrealistas que resultan. Que habría para libro de texto. 
 
Oye, que yo pringo siempre. ¿Queréis chicha? Anda que no hay…
 
Yo fui la madre comprensiva que supo que un hijo de 15 años ya tenía novia y hala, venid a mí, que soy la nave nodriza.
 
Tan abierta y receptiva me debieron ver, que ante un conflicto en el que era el hogar de mis futuros consuegros, estuve a punto de ser la casa de acogida de la hija damnificada. Ahí asomó en mí un poco de frialdad y dije: un momentito, hasta aquí, que como campamento base aún me faltan unas cuantas licencias. Vamos que por poco, me sale otra hija así, como una seta después del diluvio.
 
Aún hay más. La cosa degeneró en situación crítica, cuando una noche cualquiera hubo que salir por patas. A ti te dice tu hijo que su pequeña media naranja, por lo que sea, acaba de informar de un peligro concreto y ya no hay más comunicación posible, ni con la criatura ni con su ascendencia, y ¿qué demonios haces? Te quedas pensando ¿eso no es cosa mía? Y si por la mañana pasó algo, ¿te sigues diciendo eso no era cosa mía? No hubo que lamentar ningún tipo de daños. El pack de protocolo de emergencias  aparcado en el portal de su casa -alertado por la tipa rellena de pasta de boniato-,  se disolvió sin más consecuencias.
 
Madre mía, que bonitos los recuerdos.
 
Como cuando otra hija se estrenó como novia en plena adolescencia, con un chico que resultó ser de los majos y con la maldad sin estrenar, pero con varios años más, echad cuentas.  Mi cara de terror, eso era para verlo.
 
Eché el freno al mundo y me fui a comer una hamburguesa con ella. Por poco me llevo el foco deslubrante en el bolso, porque mi intención era que confesara ella. Y oye, como un ruiseñor. Y como él se presentó para defender su honorabilidad ya no hubo escapatoria. Presentación oficial y bienvenido a la fiesta del boniato.
 
Y no, no fueron los definitivos, ni uno ni otro, ni el de la moto, ni los que vinieron detrás.
 
Que si le aplicas algo de ciencias sociales, yo creo que salgo ganando, porque son más personas que conozco, y en la vida nunca sabes a quién vas a necesitar, ¿no? Imagínate que uno o una llega a presidenta de gobierno, y yo, que siempre fui enrollada, y nunca quedé a mal con nadie, lo mismo saco tajada. Amiga, eso no se te ocurrió, ¿eh?